Por Lucía Angélica Folino
Torpezas
de cabos sueltos
nos atan al peñasco
de los monstruos brunos.
Somos la cara y seca
de la mitológica Creación.
El aire y las aguas.
La tierra y el deseo.
Un vecchio luppo di mare
rescata a su Andrómeda
atada al palo adverso.
Envidiosas las Nereidas,
aúllan para convidar
al Pegaso alado
en la aurora boreal
y occipital.
Los enamorados navegantes
no se rinden ante el simulacro.
Las apariencias engañan
siempre que quieran engañar.
Porque casi,
casi nunca es nunca
y nunca es casi siempre jamás,
jamás es siempre,
y siempre es casi también
nunca y jamás.
¿Arrojar los escudos al aire es suicida?
De cualquier forma,
igual hemos de morir.
Lo confirmamos
desde nuestras inmortalidades
de instante absoluto y perfecto.
Todo suicidio
del óbito de los carceleros.
1 comentario:
Zaira, el poema que has buscado está bastante bien, y sobretodo en la primera parte refleja el mito indicado. No obstante, para otra vez, procura comentar algo el poema!
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